sábado, septiembre 27, 2008

Notas para un poema VI

Anoto que llueve.
Lluvia copiosa. Y copiona de otra lluvia.
Pero la lluvia es uno. ¿Qué no lo es?

En el vidrio empañado del colectivo hay gotitas que se aferran con 
fuerza. Son gotas colgadas de un pasamanos invisible. Viajan por 
fuera. Algunas parecen tomadas de la mano. Viajan sin pagar boleto.
A través del vidrio, por entre las gotas viajeras, veo avanzar hacia 
mí los árboles de Juan L. Ortiz.

Mientras despeina suave, un poema de Fernández Retamar: 
“... mientras despeina suave las cabezas de los hijos que tuvo 
con el otro.”

¿Qué hacemos con todo lo amado? ¿Túnel entre escombros, abismo 
que se agita, lo amado?

Todo lo que no es amor es pérdida de tiempo.

Pozo que no das agua: ¿desde dónde vienen estas olas que oigo 
martillar las horas?

Hay un hueco en las horas. En él parece estar todo lo que fui. 
Y lo que no pude ser.

El amor es un cíclope montado en un “Rocinante”.

También es memoria la lluvia.
¿Y esa sed melancólica de no querer perderse ni una gota?
Y los limpiaparabrisas diciendo que no.
Los semáforos derramados, doblados sobre la calle mojada. 
Doblados como en un cuadro de Dalí.

A veces uno aborrece la lluvia. Pero la lluvia es uno. Entonces 
hay veces en que uno se aborrece.

Anoto que bajo la lluvia uno puede llorar sin que se note.

La lluvia de Tuñón llueve como pocas.

En el aire se oyen voces. Es normal que alguien de pronto 
diga:
-¿Qué?

Tu voz tiene pañuelitos. Y ese polvillo de colores que suelen dejar 
en las manos las mariposas al tocarlas.

sábado, septiembre 20, 2008

Notas para un poema V

Hay un hueco en las horas. 

Vivimos para aprender, en algún momento, que hay un hueco en 
las horas. Un falta algo. Una desproporción. Una figura en falsa 
escuadra. Un hambre no se sabe de qué en el vértice más lejano de 
las horas.

El problema de Kafka era no saber ser otro que Kafka. Nunca se 
sabe ser otro: se desea. Todo el arte está impregnado de “ser otro”.

Las criaturas de Lautréamont diciéndole a Dios -defecado por el 
hombre-: no queremos ser como tú. 

El caos del aire es un cementerio lleno de vida. 

Todo lo que hay es tiempo. Un tiempo cuyas horas reservan un 
hueco para la conciencia.

Si yo tuviera tus manos como cachorros de león recién nacidos 
sabría de otra voz. Una voz de flauta celestial, maravillosa. Sordo 
a todo lo demás, la acunaría en silencio. Cada silencio tuyo: un 
universo.

En el aire había un malabarista de nubes. Mojaba sus manos en la 
lluvia para moldear seres de otra fantasía. Cuando abrí los ojos, aún 
no había llovido. Un hombre empujaba su carro: arrancaba panes ya 
maduros a los cestos de basura florecidos.

No sé quién era los pasos bajando por la escalera. No sé quién el 
sonido interrumpido, la pequeña pausa para leer el correo. Suelas 
que se apilan. O se desapilan. Seguidilla de seguir. De seguir siendo 
en los escalones como teclas de la escalera.

Hay un hueco en las horas. Un ojo que desmira. Un túnel entre 
escombros. Un abismo que se agita, absorbe, respira. Hay un siglo 
en las horas, y más allá un infinito. Hay una ostra. Una bitácora. Un 
escalpelo. Un reloj dentro de un reloj dentro de un reloj como en 
cajitas chinas.

Y hay lo que no hay, en las horas.

sábado, septiembre 13, 2008

Notas para un poema IV

I am not sorrowful but I am tired
Of everything that I ever desired.

Anoto los versos de Dowson que Ciorán ha repetido a lo largo de 
su vida:
“No estoy triste, estoy cansado 
de todo lo que siempre deseé”
Es un grito tallado en las paredes de su alma. Signos que se 
derraman, que chorrean una sangre metafísica.

La sensación de tener pedazos del cuerpo vagando por ahí, flotando,
naufragando aferrados a maderos de ilusiones pasadas. Ilusiones 
que esperan ser sacudidas como manteles, como sábanas, y vueltas 
a tender, redimidas.

Los anteojos de mi padre olvidados sobre su mesa de trabajo. Ahí 
estaban de pie. ¿Mirando qué? ¿Acaso a las herramientas colgadas, 
que también esperaban y velaban por sus manos?

Las herramientas de mi padre eran llaves que podían abrir mil 
puertas.

Un voz en cuclillas se mete por otra voz interior mía y se trenzan en 
una voz contenta que entra por los oídos de mi pecho, me recorre 
con densidad de beso hasta que doy en este que soy: cofre de esa 
voz, cajita de música que cantará hasta el fin de mis días.

¿Qué será de Praga sin Manuel? ¿Seguirá siendo una ciudad de ferias 
y congresos?

Una costilla oculta escribe el deseo en la corteza de los árboles.
Los amantes rompen la bolsa y lloran de estar vivos. 

Algún día un ave preguntará por qué nacemos sin alas.

De todo lo que deseé me queda haber amado. Soy una pelota. Y mi 
alma un hombre encorvado que mira de cerca un camino de 
hormigas. Soy una pelota que rueda. Y al rodar se me caen dos o 
tres palabras que guardo para hacer un poema. Pero sobre todo soy 
el poema que nunca pude escribir. 

Los anteojos de mi padre brillan en la madrugada de mi infancia.

domingo, septiembre 07, 2008

Notas para un poema III

En mi sueño se desplegaba un mapamundi. En él se divisaba la 
casa de mi infancia. Después era un papel blanco escolar cuyos 
bordes se parecían a los puños de un guardapolvos. Yo orinaba sobre 
el papel. Yo era un desagüe y alrededor era otoño. Hay un 
dejarse llevar que tiene una poesía secreta al orinarse uno en la cama.

Recuerdo cuando pesqué un bagre y al tomarlo se me clavó una aleta 
lateral en el dedo medio. Las aletas de los bagres son aserradas. 
Fui a que me la quitara mi padre. Pero ahora me doy cuenta de que 
anduvimos, aquel pescado y yo, caminando unidos por la calle.

El problema del poema es que hay que escribirlo. Sospechar que de 
algún modo ya está hecho entre las páginas del aire. Saber que él 
no nos necesita.

“Que el verso sea una llave que abra mil puertas”, proponía 
Huidobro. Yo hasta he procurado valerme de ganzúas.

Por el aire pasaba un bagre infinito.

Un pez que hablaba del aire cuya voz imitaba la balada de un grillo 
muerto.

Pasaba un hombre muy encorvado, como si viniese de abrazar una 
gran pelota.

La cama del muerto con su manto de luz lleno de partículas que 
cantan una canción llena de ausencias. Parece una idea de Van Gogh 
pero pintada por Rembrandt. 
La pintura entendida como vía de modificar una sociedad aún está 
por pintarse. La sociedad modifica las pinturas según pasan las 
generaciones.

Una llave que abra mil puertas a unos le dará poder, a otros, 
sensación de inseguridad.

Un mástil al que le crece una bandera que hay que podar hasta 
dejarla en estado de esperanza.

La cama del muerto ilumina la habitación más allá de la luz que 
desenrolla sobre ella la ventana apenas asomada. El colchón 
hundido es un molde vacío. 

Pasaba un hombre muy encorvado, como dispuesto a dar una 
vuelta carnero.