Convenimos, mi sombra y yo, en sentarnos a tomar una cerveza.
-Yo soy la espuma, dice ella.
Un hombre, una mujer y sus dos hijos habitan la casa que imaginé
en el terreno vacío. La mujer sube las escaleras con las bolsas del
mercado. El hombre sale a recibirla con harina en las manos y le
dice que ya terminó con el engrudo. En una de las ventanas,
los hijos montan una función de teatro de títeres con muñecos que
aún están frescos. El ojo de uno se desliza y cae en un macetero.
La señora levanta la cabeza desde la escalera y ve cómo uno de los
muñecos le está guiñando un ojo.
El poema que no me escribiste me está esperando tras una puerta
erigida en alguna parte del aire. No tengo la llave para abrirla.
Apenas un puñado de versos. Pero mis versos no abren puertas.
Sólo saben mirar por el ojo de la cerradura.
Adivina adivinador: ¿de quién es ese esternón abierto del que
emana tanta luz? (De mi padre)
333… 333… pasan las golondrinas de Joan Brossa.
Las golondrinas de Joan Brossa son tres y, antes de seguir hasta el
infinito, hacen verano en la página 74 de El tentetieso.
Argumento: un anciano camina con su bastón de madera por la
calle. Pasa una mujer hermosa y envuelve al anciano con su
perfume. El anciano queda boquiabierto y atropella mentalmente
unos versos de Homero Manzi. La mujer no acaba nunca de pasar:
su perfume teje rosas en el aire. Al bastón del anciano le crecen
dos hojitas inmaculadamente verdes.
Ahora tengo un puñado de ojos que me espían. Me ven escribir
que tengo un puñado de ojos que me espían y vuelven a hacerse
versos.
Pero no hay nadie en la rosa. No hay nadie en el zorzal. No hay
nadie en el plátano ni en la baldosa quebrada con grillo muerto.
He muerto de metáforas. Y mi sangre es miel de la melancolía.