miércoles, diciembre 22, 2010

Ahí va el diez

Ahí va el diez
cruzando Larrazábal por Juan Bautista Alberdi
de la mano de su madre.
En sus pensamientos, va,
torpe y bello bajo el sol de diciembre.
La camiseta flamante de la selección, la de Messi,
bien calzada y ganando la avenida,
un pantalón capri azul y zapatillas blancas.
Y a mí me dan ganas de que los autos suelten trompetas,
de que los árboles aplaudan, que cada quien salte y grite
en su tribuna imaginaria.
¿No me verán mis muertos trinar de amor en esta calle,
en esta tarde dulce donde todo merece ser amado?
Ahí sigue el diez caminando como puede,
con todo el sol de diciembre en los hombros.
Qué lindo sería tirarle un centro
y que él se vuelva pájaro de un salto.
Su madre lo sujeta como para que no se vuele.
Su madre tiene las arrugas más buenas que se pueden tener,
y seguro es campeona en lo suyo.
Me dan ganas de llorar con mi camiseta
del Beto Alonso anudada al cuello.
Llorar hasta agotar mi rabia.
Si el síndrome de Down fuera una pelota,
yo la patearía bien fuerte y lejos, muy lejos,
como para hacerle a Dios un gol de emboquillada.

domingo, diciembre 05, 2010

Paisaje

En la esquina me recibe un perro negro

como yo, al que han dejado afuera.

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La casa tiene un portón azul

como yo y un camino de malvones

hasta la puerta casi de piedra.

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Después se extiende una larga fila de casas

hasta la otra esquina, todas desiguales,

donde se destaca un pino como yo

y un camión de mudanza.

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Hay una señora como yo

vendiendo alfileres, agujas e hilo de coser

de puerta en puerta.

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Un vecino como yo sale con su diario,

su cartera lista. Saluda a sus hijos

que son como yo y se va apurando el paso.

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En los adoquines como yo,

se presiente una lluvia y el águila de una sombra

de plátano acaricia la vereda.

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La vereda es verde como yo

y despareja en su conjunto de árboles

de raíces descubiertas y huesudas como las manos

de un anciano.

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La vereda es tranquila y hermosa a las nueve.

La mañana es dulce en las manos.

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Un hombre como yo empuja su carro.

Se detiene en el basural de la vereda de enfrente

donde encuentra un viejo motor como yo

que bien podría ser de un lavarropas.

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Una pareja como yo desciende de un auto

frente a la casa que se alquila. Se besan en el

umbral y después ella busca una llave que tiene él

y que esconde tras su espalda.

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Detrás del edificio del correo y arriba,

se alzan nubes como yo que urden la próxima tormenta.

La brisa arremolina un papel de propaganda.

El perro negro raspa los barrotes del portón.

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La calle se vuelve gris como yo.

Nubes negras encadenadas como montañas boca abajo.

Más allá, bien arriba, parece verse a la muerte

en el puño de un dios. La muerte y la tormenta

en un mismo anuncio irrevocable.

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Pasa una mujer embarazada y su hijo tomados de la mano.

El chico carga una pelota como yo.

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Pasa un hombre en bicicleta que tiene una boina como yo.

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Todos se alejan.

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Desde la esquina observo la calle. La perspectiva

me entrega árboles que se anudan por el viento,

y se persignan ante los adoquines que se dejan arrullar

por las ramas.

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Ya no hay nadie en esta calle.

Y cuando el viento pare, empezará a llover una lluvia

como yo y cambiará el paisaje. Será una sola aguada,

un solo sonido extenso y fresco. Y todo brillará

y lucirá como recién creado.

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En medio de la lluvia, seré yo completamente yo.

Esta calle, los árboles. Todas las cosas bajo un cielo

de ramas y hojas temblorosas.

Todas las cosas en una sola alma toda mía.



Leído por Alicia Pastore en este enlace